capitulo uno

EL PROFESOR
CAPITULO UNO
-        Sin duda es una música inspiradora, ¿No te parece Querida?  Bueno, sé que me dirás que ya hemos escuchado antes a Beethoven. Si, lo sé, lo escuchamos ayer mismo, pero hoy es una ocasión especial y pensé que querrías escucharlo
Una música de piano inundaba la única habitación. El profesor se acercó al aparato de sonido y puso nuevamente el acetato. Nuevamente Beethoven se escuchó.
Ana era su alumna de piano. Estaba sentada frente a la mesa. Estaba mirando hacia la ventana. Afuera en la calle nevaba.
-        Creo   que podrías ponerme atención cuando hablo contigo. Sé que puede ser para ti más placentero escuchar la música y ver como caen las notas del piano como esos copos de nieve que se posan sobre la acera. Pero, pregunto ¿Podrías hacer eso otro día?
El horno de microondas se escuchó y el profesor se puso un guante. Saco del horno una humeante y olorosa lasaña. La puso sobre la barra de la cocina y la dejo enfriar un momento. Tomó de sobre la barra de la cocina una botella de vino y un par de copas.
-        Creo que un vaso de vino te hará bien, últimamente tu salud no ha sido buena. Si, lo sé, no es necesario que lo digas. Te serviré una buena copa de vino, y en unos momentos serviré la cena.
Ana miraba la ventana. Afuera en la avenida un cuervo se posaba sobre la nieve recién caída. hurgando por algo de comida. Adentro el Profesor reviso la temperatura de la habitación.
-        ¿Te parece si subo la temperatura Querida? Este invierno me ha parecido el más frio
Miro los pies de ella, desnudos sobre la alfombra.
-        Siempre he pensado que no hay nada más hermoso en una mujer que sus pies, son lo más sutil y delicado.
El profesor sirvió un par de copas, dejo una en la mesa enfrente de Ana, la otra la tomo el, hizo un buche para degustarlo y trago el vino, se sirvió una copa completa nuevamente y dejo la botella sobre la mesa. Ana no volteo ni siquiera a ver el vino. El mirándola cerró un puño y lo levantó.
-        A veces me resultas insoportable Querida. Si tan solo no fuera por tu belleza, tus pálidos labios y tus plancos pies desnudos.
De la cocina tomo el cuchillo más grande. Se acercó al sartén que contenía la lasaña. Miro el filo del cuchillo y acerco un dedo para tocarlo. ¡Ouch! Lanzo un quejido. Un hilo de sangre se deslizo por su dedo.
-        Tienes suerte de que yo haga estas cosas por ti Querida, no sé lo que haría si tan solo tú te hicieras daño.
Sirvió dos porciones y las puso en unos inmaculados platones blancos. Dejo uno en su sitio sobre la mesa y el otro lo puso en el lugar de ella.
-        Me parece que acercaré más tu silla. No deberías estar tan lejos Querida.
Tomo su silla y cuando la empujo Ana cayó al suelo completamente inconsciente.
-        ¿Te he dicho que estas muy débil Querida?
Ana yacía en el suelo, apenas cubierta por una bata que dejaba ver su cuerpo completamente desnudo.
  

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